ENTRE PENAS Y ALEGRÍAS
«Cuando solo observas… sin juzgar, sin apegos… te das cuenta que la vida es sabia… y no queda más que sonreír.» Siria Grandet
Quizás las personas juzgan sin ponerse en tu piel. Seguramente la mayoría lo hace así.
Mi familia biológica era mi infierno, ahí se fraguo la temperatura que derivó en mi explosión como persona, para convertirme en casi un animal.
Los compañeros de mi madre vieron en mí un juguete con el que poder perpetrar lo que les venía en gana, el maltrato físico, psíquico y sexual era a lo que más les gustaba jugar conmigo.
El destino me ayudó a los seis años al adoptarme una familia de un pueblo cercano a Barcelona.
Mi hermana mayor también era adoptada y, nuestros padres adoptivos nos acogieron con mucho cariño.
Yo, particularmente, conocí la otra parte de la vida. Pasé del infierno al cielo. Lo que se llama normalidad para la mayoría de la gente.
Al cumplir los catorce mi madre adoptiva murió y, al ser esta mi guía en mi nueva vida yo, de nuevo me perdí.
Era mi adolescencia, y los estudios pesaban sobre mí hasta hacerme caer. Sucumbí en el mundo de las drogas, en ese mundo, parecía que todo estaba bien.
Después de unos años de desintoxicación conocí a una compañera y nos vinimos a vivir a Barcelona.
Tácompanyem fue para nosotros como una nueva familia, de nuevo una guía para el camino de la vida.
En esta ONG expliqué lo ocurrido en mi vida hasta el momento. Me ayudaron emocionalmente, y en mi problema de adicción a las drogas.
Me buscaron una faena y esto por si solo ya te ayuda en tus emociones personales. Mi compañera también encontró trabajo. Ya faltaba menos para que los tres hijos de ella pudiesen reunirse con su madre y con la nueva familia que queríamos formar.
Los dos trabajando y luchando codo con codo. Los visitábamos cada quince días, en presencia de una asistente social, y seguíamos combatiendo, con la esperanza de que algún dia estarían con nosotros.
A pesar de dejar de trabajar al finalizar contratos seguimos asistiendo a la ONG ya que emocionalmente te hace sentir persona.
Volví a trabajar gracias a T’acompanyem pero también tuve nuevos problemas que me impulsaron a cambiar de vivienda con lo poco que teníamos. Nuestro nuevo domicilio solo lo conocía el responsable de la ONG por motivos de seguridad, míos y de mi compañera.
Desaparecimos. Huimos de todo, ni siquiera en la ONG sabían de mí.
A los dos años me encontré con mi amigo y guía de la ONG y me convenció que explicara esa vida errática a los compañeros de la asociación, y así lo hice.
Estuve trabajando de pintor, de carpintero, pero mi vida no era honesta.
Pedía comida, el dinero que obtenía de chapuzas de pintor lo empleaba en cosas que no debía.
Empezaba trabajos que no acababa, me apropiaba de cosas, de sentimientos que no me correspondían.
No fui honesto. No fui honrado conmigo, pero lo que es peor, no fui justo con mi compañera, con mis compañeros de la ONG, ni tampoco con mi guía de esta, esa persona que siempre me tendió la mano, y se lo pagué con engaños.
Debemos aprender a saber lo que somos para poder poner remedio a lo que seremos.
ANDRO