Lo denominaremos P, de París, la ciudad donde empieza esta historia, porque él quiere mantenerse en el anonimato. No porque se avergüence de nada, sino porque después de engaños, traiciones, burocracias absurdas y resoluciones ilógicas, han ido creciendo en él la desconfianza y el miedo.

P llegó a París de pequeño, procedente de su Camerún natal, con su familia, y allí creció y se formó para dedicarse a la seguridad en locales de ocio.

Trabajaba en un pub frecuentado por turistas y estaba muy bien considerado en su profesión, pero su ilusión era abrir un local propio, por eso se dedicaba, principalmente, a trabajar y ahorrar.

Un día, visitó el pub una turista catalana, que se fijó en él y le dio conversación. Después de aquella, siguieron otras noches de conversación, copas y risas y, cuando su estancia a París finalizó, entre ellos había surgido algo importante.

Ella siguió visitándolo en París casi cada semana y su relación siguió tomando fuerza. P recuerda a menudo, que su jefe en el pub lo advirtió que había algo extraño en aquella relación y que le traería problemas, pero P, entonces, todavía creía en el amor incondicional y estaba decidido a escuchar a su corazón, por encima de todos los razonamientos.

Cuando estuvo muy seguro de sus sentimientos, P la invitó a vivir con él en París y empezar una vida juntos, pero ella era abogada, tenía un buen trabajo en Barcelona y le pareció más sensato que fuera él quien se instalara en Barcelona y abriera allí su local soñado. Ella tenía contactos, su familia tenía posibilidades y allí tendría apoyo y oportunidades para los dos.

P no lo dudó. Estaba enamorado. Le pidió matrimonio y viajaron a Camerún para conocer a su familia.

Una vez casados e instalados en Barcelona, vivieron una verdadera luna de miel. Todo parecía posible. P estudiaba catalán y se preparaba para llevar a cabo los proyectos en común y formar una familia. Vivían en una nube, o esto pensaba P, hasta que al cabo de unos meses se dio cuenta que ella estaba embarazada, pero no se lo decía.

P explica, que cuando convives y aprecias a tu pareja, le conoces todos los gestos, costumbres, ciclos, cambios de carácter, y que era evidente que ella no había tenido la regla en los últimos meses. Ante la insistencia de P, tuvo que reconocer que lo estaba, pero que no era buen momento para ella: quería priorizar su carrera y ya había contactado con una clínica para abortar, acompañada de su madre.

Lo discutieron. P quería formar una familia, deseaba aquel hijo que era fruto de un amor real, y estas prácticas iban en contra de sus valores. De todas formas, ante el convencimiento de ella que no era el momento y viendo que no estaba dispuesta a cambiar de opinión, accedió.

Los meses siguientes vivieron buenos momentos, pero ahora P se da cuenta que algo se había roto. La confianza se había debilitado desde que ella le había intentado esconder el embarazo, y empezó a tomar conciencia que ni la madre, ni algunas de las amistades de su pareja veían con buenos ojos aquella relación y, lamentablemente, las opiniones de su entorno influían mucho en ella.

Con todo, llegó el segundo embarazo y el nacimiento de su hijo. Y el que tendría que haber sido el momento más grande y feliz para la pareja, fue el inicio de multitud de problemas. Ella estaba muy irritable, cualquier cosa era motivo de discusión, intentaba poner distancia entre P y el niño. P considera que buena parte de los altibajos del carácter de su mujer, venían provocados porque consumía un exceso de medicamentos y complementos para adelgazar. Tanto él como algún compañero de trabajo advirtieron a la familia de este problema, pero no quisieron darle importancia.

Un día, P regresó de trabajar casi a medianoche y no encontró a su familia en casa. Telefoneó a su mujer, que había salido de copas con unas amigas y el bebé. Volvió en un rato, acompañada de las amigas y dispuesta a continuar la fiesta en casa. P estaba muy disgustado. Si quería salir con las amigas, ningún problema, pero no eran horas ni lugares para su hijo. Se podrían organizar para poder disponer de tiempo de ocio, como cualquier pareja.


Discutieron. Una discusión encendida. Se levantaron la voz, los dos. Perdieron los nervios, los dos. Según P, una discusión desagradable, pero nada más allá. Las amigas que habían llegado con su mujer llamaron a la policía, lo acusaron de haberla amenazado. Según P exageraron y manipularon la realidad.

Allí empezó el verdadero calvario para P. Denuncias, abogados de oficio, trabajos en beneficio de la comunidad, leyes y decisiones que resultan injustas o, como poco, ilógicas, según dice. Encontrarse en la calle, sin amigos, ni conocidos, porque su mujer y su familia eran todo su mundo aquí. Más tarde, papeles caducados, imposibilidad de encontrar trabajo y, a consecuencia de todo esto, dificultades para pasar tiempo con su hijo.

P reconoce, que en algún momento tocó fondo. Sobre todo, en largas noches de invierno, intentando esquivar el frío escondido en el hueco del ascensor de una finca cualquiera. Pero su hijo es toda su vida y por él está dispuesto a luchar y a darlo todo.

Actualmente, viaja un día a la semana a otra comarca, para poder pasar una hora y media con el niño, que ya tiene cinco años, en un Punto de Encuentro. Ha renunciado, de momento, al sueño de abrir su propio local y a la voluntad de rehacer la relación con la madre de su hijo. Ahora sólo quiere tener un trabajo, el que sea, para poder conseguir un hogar sencillo, pero acogedor, en el que poder disfrutar de más tiempo y de intimidad con el pequeño.

P ha encontrado a T’Acompanyem apoyo técnico, asesoramiento jurídico y, sobre todo, amistad y confianza. En la ONG siempre lo vemos ocupado, haciendo trabajos de manitas, mejorando y arreglando nuestro local. Es sociable y amable y le encanta hablar de su hijo. No puede entender como la vida lo ha tratado de manera tan injusta, cuando él actuó movido por amor y se pregunta cómo su jefe en París intuyó con tanta facilidad, que aquella turista que él creía que lo amaba, quizás sólo buscaba un souvenir. Sería la experiencia que da la vida, supone. Pero ahora todo esto ya no importa. Ahora, solo quiere mirar adelante y ofrecer lo mejor a su hijo.
 
 

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