No es sólo un local lleno de cosas materiales.
Precisamente, las cosas, ahí solo están para decorar el intelecto, para curar parte del alma y rellenar los huecos de la desesperación.
Hablo de la escuela de la vida T’acompanyen, donde se forma a personas con problemas laborales y económicos.
Se les enseña a coger de nuevo el camino perdido en algún momento de sus vidas.
Antes de eso, debido a la perdida de trabajo y a la precariedad económica a veces, muy oscura, la vida se convierte en un cenagal donde los problemas son tan intensos y tan asfixiantes que son moralmente detestables, rechazables.
Es un cenagal donde los pies se aferran al suelo y no te dejan caminar o quizá, el esfuerzo al hacerlo, acaba con tus energías físicas y mentales hasta que la oscuridad te sumerge sin poder seguir, sin ver la luz, sin ver por dónde avanzar.
Las personas que componen ese hábitat llamado T’acompanyen son su luz, su mano y su guía.
Les enseñan nuevos caminos, nuevas luces, nuevas ilusiones al formarlos, acompañarlos y sanarlos al hacer que reposen ese peso en su ser de textura tan espesa.
Es un lugar pequeño, como un oasis en el desierto de la desesperación, pero grande en cuanto a expectativas y a trato humano.
Son el faro esperado, por el barco a punto de naufragar con las esperanzas de los pasajeros, donde el oleaje furioso de la vida golpea una y otra vez.
Al ver su luz todo está más cerca, saben dónde está la costa y la ayuda tan esperada que parecía haber desaparecido.
Yo conozco al farero de ese faro, al agua del oasis, al guía del camino.
Sin él habría muchos náufragos que no llegarían a la costa, muchos paseantes sin encontrar el camino y muchos pies hundidos en el fango.
Es el farero de la luz …, capitán de barco y guía de caminos nuevos.
Enhorabuena por VUESTRA incansable dedicación a la ayuda altruista de formadores de personas llenas de esperanza.
T’acompanyen.