Nepal es uno de los países más pobres del mundo y su débil economía no se ve favorecida por su lejanía del mundo desarrollado, su geografía sin salida en el mar, su predisposición a los desastres naturales y su inestabilidad política.
Siempre he oído decir, que a pesar de la dureza de sus vidas, los nepalíes son serenos, respetuosos y sonríen con frecuencia. Y así mismo se comporta el único nepalí que conozco, mientras me explica su situación en la sede de T’Acompanyem.
Él se podía considerar un afortunado en Nepal, porque pudo estudiar en la universidad y trabajar en un banco durante cuatro años, pero a pesar de que disfrutaba de una buena posición a su país, sabía que en Europa podía conseguir una vida mucho mejor para él y más recursos para ayudar a su familia, sobre todo a su madre, que es muy mayor.
Seguro de sus capacidades y con la firme voluntad de trabajar tanto como hiciera falta, viajó a Alemania y desde allí a Barcelona. Llegó a nuestro país con todos los documentos en regla, pero su visado sólo tenía validez para una semana, de forma que la suya era una apuesta de riesgo, porque no podía volver a su país y, si lo hacía, sería muy difícil volver a salir.
En Barcelona, sin permisos, trabajó durante mucho de tiempo en negro en uno döner kebab, una media de 17 horas diarias, sin días festivos, por 400 euros en el mes. Era consciente del abuso, pero el trabajo no le asusta y era la manera de poder sobrevivir en la ciudad, mientras transcurría el tiempo necesario desde su empadronamiento para conseguir los papeles. Este era su objetivo, sabedor que con tres años de empadronamiento y una oferta de trabajo conseguiría los papeles para poder trabajar en regla.
Pero llegó la pandemia y con ella perdió el trabajo y sus exiguos ingresos. Durante su confinamiento, escribió algunos artículos para un periódico de su país, el www.ghatanarabichar.com, describiendo nuestra ciudad parada por la pandemia y demostrando un gran conocimiento y aprecio por ella.
La crisis provocada por la COVID-19 no le está poniendo las cosas fáciles. Vive con un amigo y sobrevive gracias a la solidaridad de éste y las ayudas que consigue de la ONG. Pero no ha perdido ni un ápice de su seguridad y confianza en que todo irá bien, porque él no escatimará esfuerzos, trabajo y dedicación para que así sea.
Ahora ya hace tres años que está empadronado en Barcelona y sólo le hace falta una oferta de trabajo para lograr su sueño. Lo tiene en la punta de los dedos, y con la serenidad y la sonrisa, que según dicen, caracterizan a los nepalíes, me dice: «Sólo necesito una oportunidad, una sola para demostrar que estoy preparado para hacer un montón de trabajos. Quien me dé esta oportunidad no se arrepentirá para nada. ¿Crees que alguien podría leer mi historia y decidirse a ofrecerme un trabajo?».
Ojalá sea así.
Susagna Caseras